martes, 30 de octubre de 2012

Las primeras veces o crónica poco ortodoxa de un heterodoxo ascenso a Cercedilla


(09/09/2012)

Dice mi vecina, Puri, que "las primeras veces son las más importantes, que constituyen hitos que, según se den, pueden tornarse traumáticos y que, aun sin llegar a eso, resultan decisivos para marcar la actitud con que se afrontaran las siguientes durante toda la vida pudiendo incluso impedir la posibilidad de existencia de esas siguientes veces..." y tras un largo rato insistiendo en la importancia de las primeras veces, concluye con un "... por tanto es fundamental estar completamente preparado para ellas antes de acometerlas". Bueno, eso hubiese dicho un pedante universitario, como yo, de haber tenido el conocimiento del mundo que tiene Puri. Ella lo dice con otras palabras, claro, pero el fondo es ese. Se lo dijo a Juan, Juanito para los amigos, cuando salía impaciente del portal, con un mal disimulado paquete de preservativos en el bolsillo, dispuesto a emprender la, si no más importante, si la más deseada de entre todas las primeras veces a las que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida.

Bien habría hecho Juan en hacerla caso pero, como en cualquier otro chaval de 17 años, el ímpetu es superior, ¡y de que manera!, a la prudencia y más cuando se trata de dejar atrás para siempre (¡iluso de Juan!) el onanismo y otras practicas sexuales sin suficiente entidad como para dejar de escribirlas con minúsculas. No es que Juan no hubiese tenido otras oportunidades, pero quizá a causa de la tabarra casi diaria de Puri las experiencias iniciáticas, quería un bautismo de fuego por todo lo grande y eligió a una de esas chicas que te revuelven las entrañas hasta el punto de hacer los deberes que nunca hiciste solo para dejarla que los copie, aun sin la certeza de que vaya a servirte de nada. Se llamaba Laura y, en este caso, los deberes, aunque insuficientes para pasar el curso, le sirvieron para encadenar el conjunto de citas que nos llevan al momento que estaba contando.

Juan, camina con paso acelerado hacia la casa de Laura mientras juguetea nervioso con el paquete de condones en el bolsillo. Evidentemente sus padres se han ido. Con el fin de preservar, en lo posible la intimidad de Juan y Laura, no daré más detalles de los estrictamente necesarios sobre lo ocurrido esa noche. Pero es imprescindible comentar que tras una cena en la que Juan, inquieto, apenás probó bocado y un masaje tembloroso con el fin de acelerar el acercamiento, llegó el momento por el que tanto se había esforzado. Así, tras una larga noche de intensa concentración, nervios contenidos y minucioso trabajo para alcanzar la ansiada meta, su mente dijo basta y su cuerpo obedeció con la misma diligencia con que la vergüenza se apoderaba de él.

9:30 de la mañana. Nuevos Ministerios. Destino: Cercedilla.

Tras algún que otro entrenamiento, alguna ruta de verdad con ritmo de mentira y los 10 kilómetros de moderada subida que separan mi casa del cercanías a las espaldas, me dispongo a perder la virginidad ciclista junto con Loreto (si no me equivoco también primeriza en estas lides) y con la ayuda de Guille que, no sin sufrir algún gatillazo en el proceso, ya ha logrado escapar del estigma de debutante.
Gracias a las prisas que vienen tras robar "otros cinco minutos más" al despertador, he podido esquivar el discurso de "las primeras veces" de Puri y mi mente se permite el lujo de pensar en cada pedalada en lugar de en si estoy realmente preparado para una prueba de tal enjundia. Ni siquiera en si conozco, fuera de unas indicaciones generales, el itinerario a seguir. El caso es que tras subir la Castellana, con más liderazgo que dotes de líder guío al pequeño grupo hasta que nos damos cuenta de que nos hemos metido en la M-30, así, ¡con un par!. Tras escalar, bici al hombro, las vallas y terraplenes que delimitan la M-30, soy fulminantemente destituido por Loreto de mi posición de guía en favor de un ciclista desconocido (sin el cual dudo que hubiésemos siquiera salido de Madrid) que iba también en dirección a la vía ciclista de Colmenar Viejo y se ofrece a guiarnos hasta allí, no sin antes manifestar, media sonrisa irónica mediante, sus razonables dudas de que fuésemos a llegar hasta Cercedilla.

Una vez en el carril bici, y sin posibilidad de perdida, Guille en un alarde de forma física, se marca una veloz escapada que, con grandes dificultades, (no las suficientes como para, inconsciente de mí, privarme de algún cigarrillo sobre la bici de los que , estoy seguro, mis pulmones se acordaron a lo largo de toda la ruta) logro seguir. Loreto nos sigue a mucha distancia a causa de unas molestias que la llevan a plantearse incluso el abandonar.

Pasado ya Colmenar Viejo, algo más de 30 kilómetros desde Nuevos ministerios, y habiéndonos pasado la salida que debíamos tomar (gracias a que alguien decidió que el meternos con la bici en una autopista en plan suicida me inhabilitaba como guía), decidimos seguir por el carril bici y llegar hasta Manzanares el Real rodeando el embalse de Santillana por el norte, dando un pequeño rodeo. Las piernas empiezan a notar el esfuerzo de haber seguido el ritmo a Guille durante la travesía y en la empinada subida que hay al entrar a pueblo, sufro un tirón en el gemelo que me obliga a bajar de la bici mientras en mi mente se repiten las palabras que debí escuchar de Puri antes de planear la ruta y que sin embargo no hice. Entre tanto Loreto, que parece haberse recuperado ya de las molestias lidera la marcha y encuentra un bar donde comer frugalmente y tomar alguna cerveza para recuperarnos ante lo que nos espera. Acojonado, mientras comemos, no puedo dejar de mirar la sierra que nos hemos empeñado en subir. Es duro pensar que pese a todo, hasta el momento solo hemos hecho lo más sencillo.

Tras un descanso más largo de lo que teníamos pensado, volvemos a montar. Nos anima el hecho de que el resto del trayecto planeado transcurre por caminos de tierra, mucho más entretenidos que el rutinario carril bici. La fatiga empieza a hacer mella en todos y Guille ya no va tan sobrado como al principio, Loreto, por falta de práctica, no se siente cómoda en las trialeras y a mi, el más sufrido de los tres, a cada pedalada me suenan más las piernas que los engranajes del pedazo de hierro al que generosamente llamamos bici. Sin embargo continuamos la marcha estoicamente bajo un sol tiránico, tornando en épica lo que había empezado como inconsciencia y falta de preparación.

Pese a todo y contra todo, llegamos a Matalpino (tras cerca de 60 kilómetros) con más cara de refugiados que de héroes, hasta el punto de que una amable vecina del pueblo se detuvo al vernos para preguntarnos si nos podía ofrecer cualquier cosa. Estoy seguro que, de haberla pedido que nos acercase a Madrid o nos hiciese la cena, lo habría hecho sin demora. Pero orgullosos de nosotros, rehusamos amablemente su ayuda y nos dispusimos a subir, tras exigir un breve descanso, los últimos kilómetros. Decidimos, dado que aun nos quedaban las subidas más duras, abandonar el camino y tomar la carretera. No fue suficiente y poco antes de llegar a Navacerrada, quedando menos de 6 kilómetros para llegar a la meta, con una bici que no me permitía bajar al piñón pequeño y unas piernas más flácidas que Juan a la hora de la verdad, me tuve que bajar de la bici y hacer empujando todo el trayecto restante, salvo, obviamente, la pronunciado descenso que hay justo antes de llegar a Cercedilla. Así mientras yo digería, andando, la hiel que se me formaba en la boca del estomago a base de rabia e impotencia, los héroes de la jornada, Guille y Loreto, subían, tirando más de corazón que de fuerzas, las duras cuestas que restaban.

Una vez en Cercedilla, nos esperaban el descanso del guerrero y las protocolarias cervezas que ese día me supieron más amargas que nunca. De vuelta en el tren, imaginaba, para aislarme de las (no demasiado) ingeniosas pullas de mis compañeros, la sensación de vergüenza de Juan mientras volvía a su casa, literalmente impotente y con la cabeza fija en no dejar pasar la oportunidad de encontrar la redención con un éxito en el próximo intento, a pesar de que, en las profundidades del inconsciente le acechaba el irrefrenable e inconfesable miedo a volver a fracasar...

Conclusiones:
Una interesante ruta, de considerable dificultad si no se tiene un buen fondo físico pero bastante gratificante. No muy recomendable para primerizos ni fumadores empedernidos. Aconsejable no desgastarse demasiado en el primer tramo (hasta Manzanares el Real) a pesar de su facilidad, por que el segundo es bastante duro.

Vencedor de la etapa: Guille (por su despiadada carrera en el carril bici que nos dejo a Loreto y a mi como meros sparrings)
Achuchao de la etapa: Yo (por motivos obvios)
Tapada de la etapa: Loreto (por haber pasado de estar rondando el abandono a subir por el puerto de Navacerrada como si fuesen los primeros kilómetros del día)
Distancia recorrida : 70 kilómetros
Tiempo: Más del que estoy dispuesto a reconocer

BIENVENIDA

Tenemos el gusto de presentar, lo que en un futuro se va a convertir, el Club de Montaña Sans-Culottes. Somos un grupo de amigos, que tras días de PARO y "ninismo", hemos decidido explorar el mundo de la montaña. Sin centrarnos en ninguna modalidad concreta, queremos presentar algo de bici, algo de senderismo y algo de escalada. Todo ello realizado en algún pico alto de alguna sierra.

Pero no queda ahí nuestras expectativas: También queremos dar un toque literario a nuestras crónicas experienciales con diversos personajes, mundos, amores, viajes, etc, para que el lector se embriague de nuestra manera de ver la vida y, claro está, la montaña.

Aquí empieza todo, con la ilusión y la torpeza del principiante. Disfrútenlo, que nosotros ya lo estamos haciendo.

¡Salud!